LIBROS COMO LUCIÉRNAGAS
- lilianafassi
- 7 ago 2020
- 2 Min. de lectura

De todos los libros que leí en mi vida (ni siquiera puedo arriesgar una cifra), hubo muchos que dejaron grabadas en mi alma imágenes muy fuertes: bellas y funestas; plácidas y agrias; tiernas y oscuras.
Veo un Río de aguas dormidas que fluye manso en un atardecer en el bosque. En la orilla, dos niños se miran junto a una hoguera: un blanco y un gitano; uno, amado y respetado; el otro, escondido en los carromatos de una comunidad despreciada y errante. Dominan ese recuerdo el olor a musgo y el murmullo del agua fresca en el ocaso del día.
Otro río me lleva a un acantilado, donde encuentro una cascada entre piedras grandes como huevos de dinosaurios. Ahí, armado con un cuchillo y con el deseo de justicia para su pueblo ya extinguido, El último mohicano me emociona con su brillo de héroe; me duele la muerte escupida por armas enemigas y su lucha hasta la escena final y el final de todo.
A su lado, el Enigma de un museo que aloja los restos desenterrados de una tribu perdida en el corazón del Amazonas. Las cabezas disecadas, los ídolos despintados y la muerte, la repetida muerte con dardos impregnados con curare, hasta que la adolescente Nancy Drew, incipiente detective, descubre al asesino. Ahí está ella, junto a cuatro Mujercitas que sueñan con ser grandes; la mayor, escritora; la menor, pianista; las otras, “mujeres de su casa”.
Esas mujercitas tienen como vecino a un niño rubio, nacido de otra pluma en una época diferente; un Principito viajero entre planetas, incansable fabricante de preguntas. Un poco más allá, otro Príncipe ensaya cómo ser Mendigo y un mendigo desea convertirse en rey.
Bien escondido, porque integraba la lista de libros prohibidos por mi madre (tal vez por eso leído y releído hasta el cansancio) hay uno que guarda la historia de amor de un hombre y una mujer; un amor condenado. Sus fantasmas vagan por unas Cumbres eternamente borrascosas, sin encontrar la paz.

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