Hay personas que llegan a nuestras vidas trayendo las manos llenas de regalos: comparten recuerdos, relatan anécdotas que desconocíamos, llenan espacios vacíos.
Víctor Fassi fue para mí una de esas personas: después de casi cuarenta años lo reencontré, cuando emprendí el viaje hacia mis raíces. Digo que lo reencontré, porque en aquellos tiempos él fue parte del día a día de mi familia más cercana. Después, por esas cosas del destino, cada uno tomó rumbos diferentes.
Cuando volvimos a saber uno del otro fue como si esa brecha de décadas se hubiera cerrado. Él me obsequió recuerdos de su juventud, de sus vivencias junto a sus primos (uno de ellos, mi padre); gracias a él conocí acontecimientos de mi pasado familiar; incluso, algunos de mi primera infancia.
En estos años, Víctor formó parte de mi vida personal y también como escritora: sin él, mi libro “Pinceladas de la Pampa Gringa” no habría sido escrito, ya que está basado en sus relatos.
Hace unos días, Víctor se fue. Siempre pienso que los que se van dejan espacios que no volveremos a llenar, pero en este caso, al contrario, él puso en su lugar una pieza del rompecabezas que fue nuestro pasado.
Me gusta pensar que se reunió con sus “compinches” de juventud (mi padre y el menor de mis tíos). Si es así, los imagino bromeando, recordando travesuras, compartiendo vivencias de los años que pasaron separados.
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